SIERO

CARTA AL DIRECTOR

“Instituto de Lugones: cincuenta años del primer viaje de estudios…”

Lunes 10 de Mayo del 2021 a las 09:30


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 Cuando se es joven, lo cifra uno todo a la memoria, como si esta fuera perpetua y no tuviera pérdidas, y sólo después , cuando pasan los años, uno  se lamenta de no haber tomado notas de vivencias, recuerdos  o experiencias vividas- no estaba de moda entonces  hacer diarios, ni bitácoras, a lo más alguna carta o tarjeta postal si el viaje era largo-  y esto me pasa a mí, en este momento cuando  intento revivir mi primer y único viaje de estudios – el de Facultad no lo pude hacer por motivos familiares- realizado con el Instituto de Lugones , en la primavera del año 1971 , poco antes de la feria de Abril de Sevilla, y que transcurrió por la hoy conocida Ruta de la Plata: Lugones-Salamanca-Cáceres-Córdoba-Sevilla-Granada y de regreso parada en Toledo, Madrid.

De aquel fastuoso  y ansiado viaje se me ha olvidado casi todo, hasta la fecha exacta, pero aun así los datos o vivencias que conservo os los voy a trasladar, pues en tiempos de celebraciones de los cincuenta años del Instituto, quieren ser testimonio agradecido, aunque tardío, hacia el propio Centro en la persona de los dos profesores que tuvieron la valentía y paciencia de acompañarnos y ser nuestros sabios y samaritanos guías, Doña Matilde Mangas y don Isidoro Bara, que se desvivieron con nosotros para que cogiéramos los máximos conocimientos sin menoscabo de los momentos de ocio y diversión,  y a todo el claustro de profesores que en la persona de su directora don Mari Paz Merino García-Ciaño  motivó  y apoyó el viaje. Para los jóvenes de entonces, adolescentes de dieciséis años, el componente aventura dominaba en el viaje, máxime en tiempos en los que se viajaba poco. En verano a las playas cercanas de Gijón o Avilés (San Juan de Nieva) y algún que otro tenía la fortuna de irse en verano a León en el Express de las 15 horas y en asientos de madera.

Sé que el  autobús pertenecía a la empresa El  Castromocho de Noreña. Su conductor, con muchas horas al volante y persona muy leída,  siempre que llegábamos a un destino nos daba información y avisos muy útiles. Fue un auténtico lujo contar con él. Creo que se llamaba David. Entre paisaje y música- era la época de las cintas o casette- llegamos a Salamanca, cátedra de Unamuno, tierra del Viti y del  cantaor Rafael Farina que la aireaba en su "Salamanca tierra mía, de arte y sabiduría..." y la primera sorpresa el bullicio de una ciudad universitaria y el dinamismo de su bella y amplia Plaza Mayor. Cenamos, dimos un pulso al ocio nocturno y a una hora prudente regresamos al hotel. Mañana tocaba madrugar, nos esperaba una ajetreada jornada. Ya de mañana encaramos las pronunciadas ramplas del Puerto de Béjar, en dirección a Plasencia, a donde llegamos hacia las once de la mañana ,  tras pasar por pueblos como Baños de Montemayor, famoso por sus aguas. Era martes, día de mercado, como en Pola, y en su Plaza mayor se agolpaban comerciantes y campesinos para ofrecer sus productos, entre ellos uno muy cotizado  como las ancas de rana, cobijadas en pequeñas cestas de estera. A mediodía teníamos  la comida en un céntrico hotel de Cáceres, que hizo las delicias de todos nosotros. Excelente menú y servicio esmerado. Desconocía la potencialidad gastronómica y buen hacer de la gastronomía cacereña.  Apenas terminada la comida , salíamos dirección Córdoba. Hacía mucho calor, las ventanillas abiertas no calmaban nuestro sofoco. Los pequeños bares que encontrábamos en la carretera estaban cerrados, silenciosos, puertas abiertas y protegidas por cortinas de plástico. Era la sagrada hora de la siesta. Hacia la media tarde llegamos a Córdoba y visitamos la Mezquita, grande,  inmensa y confusa en su interior, pues tal era el cúmulo de columnas que uno se perdía, y donde las matemáticas tenían su arraigo y culto... Concluida la visita salíamos rumbo a Sevilla, donde llegamos ya de noche.  Esta soberbia, bonita y populosa ciudad, a pesar de su magnifica catedral, su torre del Oro, su calle Sierpes, su parque de María Luisa , su Plaza de España , sus Columnas de Hércules, su paseo en  carruaje de caballo, no nos consiguió entusiasmar y la culpa de todo ello lo tuvo el lugar donde nos alojaron, que carecía de la más elemental ventana y la ramplona comida que nos dieron, de ahí que a todos se nos hizo largo el día y medio que pasamos en ella; pero tuvimos la compensación en Granada , donde nos aguardaba un buen hotel en el centro de la ciudad, creo que en la calle Gran Vía, y una buena comida, así como las visitas guiadas a la Alhambra y al Generalife, y ya de noche, visita a las Cuevas del Sacromonte y contacto con el flamenco vivo y puro. Nunca olvidaré la impresión que recibí al visitar la Alhambra en un día de luz y calor y donde las explicaciones del guía, catedrático de Arte, estuvieron al máximo nivel y nos hizo comprender la importancia de la cultura árabe en España y más concretamente en Andalucía . Ver aquellos edificios, aquellos artesanados, fuentes y flores, le transportan a uno al mundo de la fantasía recreado en leyendas orientales y en los cuentos de las  “Mil y una noches”. Era la fantasía convertida en arte, en piedra, en arquitectura. No me sorprende que hoy, cincuenta años después, sea el edificio más visitado de España y con cita previa. Lo único que desdice del complejo es el renacentista palacio de Carlos V. Errores del pasado. De noche, tablao, flamenco, fotos, faralaes, manzanilla , baile y cante. Sentados en bancos y sillas seguíamos asombrados la actuación y de vez en cuando prorrumpíamos en  aplausos , taconeábamos o levantábamos manos y brazos , y cada vez más metidos en el espectáculo. Las horas se nos fueron de la mano y tocaba el regreso al hotel, no sin antes lanzar nuestros ojos lánguidos de despedida, cuando mejor lo estábamos pasando. Al día siguiente, después del desayuno ya teníamos en la recepción del hotel las fotos que nos había traído un gitanillo de Sacromonte, que a pesar de no saber leer y escribir, sabía entender en inglés, francés y alemán, por necesidades comerciales. Sorpresas de la vida.

Ya tocaba el regreso y antes de llegar a Madrid, hicimos una breve estancia en Toledo, la tierra del Greco, algunos de cuyos cuadros de figuras alargadas y etéreas vimos , pero nuestro plato fuerte fue la Catedral, la llamada “Dives Toledana” (la rica toledana) , ligera y volátil, a pesar de su firmeza y considerada una de las obras cimeras del gótico español , iniciada en tiempos del rey Fernando III el Santo, en 1226 ,  y concluida en 1493, época de los Reyes Católicos, aunque siguieron haciéndose obra en la misma en los siglos posteriores. Es imposible resumir en pocas líneas la experiencia allí vivida, pero sus vidrieras, las pinturas de Lucas Jordán en la Sacristía y el Transparente de Narciso Tomé, escultor del siglo XVIII, me dejaron honda impresión, además los ricos tesoros que alberga. Después de un breve paseo por sus calles, salimos dirección Madrid, última etapa de nuestro viaje, y donde la moriña y la melancolía asturiana empezaban a dar su fruto. Eran tiempos en que Madrid era el destino de los recién casados, ya que era más difícil visitarla que ir hoy a Nueva York.

Nosotros teníamos el privilegio de estar en Madrid, capital del reino, para casi todos era la primera vez que acudíamos a la Villa del Oso y del Madroño, y el poco tiempo que teníamos se repartió entre el Museo del Prado y el gran Velázquez con sus Meninas , y el restaurante el Ñeru, donde volvimos a saborear el aire de la tierra, con la sidra escanciada, lacón, chorizos y empanada, y todo ello al compás de cantares de la tierra, pues nuestro Cantoral es rico y variado y los jóvenes de entonces lo conocíamos bien, y así, entre “Carretera de Colloto, un carreteru cantaba...” “fuiste al Carmín de la Pola…”  “Canteros de Covadonga los que vagáis a la Riera…” “Fui al Cristu y enamóreme “ y  el “Asturias patria querida”, dimos término a este viaje de estudios, que cumplió con creces las expectativas creadas, y ya a final de la semana, de sábado, regresamos a casa, cansados, agotados, pero contentos de haber participado en la más importante aventura que uno joven de nuestra edad podía imaginar y de haber formado parte de aquel grupo de alumnos  de ese primer viaje de estudios del Instituto de Lugones. Decir esto después de cincuenta años creo que avalan los hechos.

A todos aquellos que hicieron posible esta aventura de estudios  cuyo eco aún perdura dentro de mí, MUCHAS GRACIAS.

P.D :  Soy consciente que quizás se me olvidaron algunas  cosas importantes y que quizás algunas de las expresadas exijan más precisión, pero aun así espero que mis letras colmen las lagunas que deja el paso del tiempo.

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